Sin duda estos dos últimos años, han sido tiempos de cambios, que nos han hecho replantearnos muchos aspectos de la forma en la cual vivimos. Estamos dejando atrás, esa mirada más individual, para comprender que somos un colectivo, interdependiente de la naturaleza, que debemos proteger, respetando el equilibrio de los ecosistemas.

Por Natalia Hurtado G.

Si hablamos del origen de nuestra alimentación, sabemos que siempre ha estado regida en base a la práctica de la agricultura, que se define básicamente como; “El arte de cultivar la tierra”. Además de otros factores, estacionalidad, tipo de cultivo, tipo suelo, etc., pero siempre teniendo un patrón en común; la sostenibilidad. Lamentablemente este concepto, se ha dañado a través del tiempo, debido al uso indiscriminado y masivo de pesticidas, el monocultivo, y sustancias tóxicas, que nos impiden el acceso a alimentos sanos, de suelos fértiles, desconectándonos del poder de la tierra.

A esta desconexión se le suma, la relación que tenemos en piloto automático con nuestra alimentación. ¿En qué momento, permitimos que las industrias alimentarias, se apropiaran de aquel vínculo?, haciéndonos creer que lo que necesitamos son productos que estén siempre disponibles, que nunca se acaben, y que tengan toda clase de ingredientes, excepto los que sí necesita el cuerpo para nutrirse. No vemos crecer nuestros alimentos, desconocemos su entorno y su origen, simplemente lo compramos, y llega a nuestro plato.

El aumento de consumo por los productos ultra procesados, tiene un fuerte impacto, en la desvinculación con la cocina, es cosa de ver y preguntarnos, cómo es la alimentación en la actualidad, y de qué está constituida. Podría decir que se basa principalmente; en la poca variedad de alimentos que consumimos, nos cuesta también, hacernos la idea de agregar nuevas frutas y verduras cada día, el consumo excesivo del trigo, alimentos pro inflamatorios que terminan por causar disbiosis en la microbiota, y en general, el consumo de productos que se cocinan entre 5 y 10 minutos, con sólo apretar un botón. Todo esto nos aleja de la experiencia creativa, de combinar colores, olores, texturas, de innovar agregando nuevos ingredientes, privándonos de disfrutar el momento presente.

Entonces, ¿Por qué seguir consumiendo algo que sé, no me hace bien?

Esta respuesta no es fácil, ya que las compañías de alimentos, nos ofrecen opciones sumamente llamativas, alimentos que te hacen la vida más práctica, por menos tiempo, por menos costo, mucho más accesible para todos. Pero debemos saber que la comida rápida no viene sola, consumimos los valores que la acompañan, sabores adictivos, que dificultan el proceso de sentirnos saciados, comer en grandes cantidades, ya que sabemos que podemos ir a cualquier supermercado y comprar más, sustancias que no nos alimentan y que además adormecen nuestro paladar.

Otro punto importante que he observado, es que mientras estamos más ajenos a cocinar, tendemos a desperdiciar más los alimentos, si la cocina no es un lugar que habitemos frecuentemente, va ser más difícil, que exista una organización dentro de ella y esto conlleva a que cueste más, poder conservar los alimentos y las comidas en general. Basta que comparemos alguna receta, la cual sea preparada por nosotros, versus, cuando la compramos en un supermercado. Un buen ejemplo puede ser un queque, al cocinarlo por uno mismo, sabemos exactamente, todo lo que le estamos agregando de forma consciente. Tenemos que tener claro que las empresas que venden estos alimentos, ultra procesados, altos en azúcar, su mayor preocupación y objetivo, no es precisamente nuestra salud. (no sé si profundiza o cerrar este párrafo de otra forma)

Pero no todo está perdido, siempre hay esperanza en el camino y posibles soluciones. Primero, podríamos reflexionar acerca de ¿qué relación deseo tener con mis alimentos?, ¿cómo quiero sentirme cada vez que como?, ¿qué es lo que quiero comer y que no?, ¿me doy un espacio al comer?, entre otras preguntas, para saber que prioridad le otorgo a mi alimentación. Segundo, no hay nada más factible, que trabajar mediante la Educación alimentaria, vincular a niños y adultos, para generar consciencia y hábitos, que promuevan el bienestar y el autocuidado.

La importancia de recuperar y actualizar nuestro vínculo con los alimentos, no sólo pasa por el hecho del acto mismo de alimentarse, si no que traspasa barreras culturales, sociales y económicas. Apreciemos nuestra dieta ancestral que nos une a la naturaleza, y nos permite tomar decisiones alimentarias de forma intuitiva.

Una práctica simple que podemos realizar antes de sentarnos a comer, para reconectar, consiste en visualizar nuestro plato, de forma consciente, y pensar en el recorrido de cada ingrediente que hay en él, pensar en el agricultor, en la cosecha, en el suelo, en el clima y en todo el proceso que tuvo que pasar, hasta llegar a ser mi alimento.

Como dice Michael Pollan en su libro “Saber comer 64 reglas básicas para aprender a comer bien”, menciona una regla que, aunque parezca obvia, no suele llevarse a la práctica.; Regla 51 “Pasa tanto tiempo disfrutando de la comida como el que ha tardado en prepararse”.

Me parece una frase con bastante lógica, además, puede ser un buen momento para homenajear a la persona encargada de preparar la comida y al mismo tiempo te permite la posibilidad de saborear, sentir y admirar. Por respeto a nosotros mismos, debemos concentrarnos, evitando distracciones que hagan desmerecer cada tiempo de comida.

Finalmente apropiarnos de nuestra alimentación nos brinda volver a construir la vía, para sanar física y emocionalmente, dando pequeños pasos, que se conviertan en logros, siempre despiertos, para no perdernos. Convertir el acto de comer en algo mucho más poderoso, creativo y de transformación.

Biografía

Natalia Hurtado G. Licenciada en Nutrición y Dietética. Experiencia en Educación alimentaria integral, en niños y adultos. Dieta basada en alimentación consciente y sostenible. Voluntaria en fundaciones de alimentación sustentable.

Gestora de Donot Waste.

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